Dejando a un lado el detalle de que soy ministérico, creo que es de justicia decir, a mitad de la segunda temporada de la serie, que El Ministerio del Tiempo ha devuelto a la ficción española una dignidad que llevaba mucho tiempo sin siquiera oler, al menos en cuanto a series de televisión.
Hacía mucho que no se hacía una serie de calidad en la televisión española y que llega a ser líder en la noche de los lunes, tradicionalmente la más dura. Todo esto sin contar, por supuesto, las visualizaciones en diferido ni la influencia que tiene la serie sobre su ministeria, una base de fans enorme que es sin duda diferencial en cuanto a la audiencia del resto de series españolas.
Sí, a veces las premisas sobre las que se sostiene su fantasía son incoherentes. Pero no entiendo por qué estamos pidiendo a El Ministerio del Tiempo tener construida en su segunda temporada un universo equivalente al de Doctor Who tras cincuenta años. Démosle tiempo y, si RTVE y nosotros seguimos confiando, veremos sin duda un universo maravilloso y fascinante, construido por los hermanos Olivares.
Y, aunque no fuera líder en audiencia, El Ministerio del Tiempo es responsable de traer frescura y nuevas formas de hacer las cosas. RTVE hizo bien apostando por ella en su momento y hace bien confiando en ella, aunque se resista a anunciar las renovaciones. Su estrategia transmedia es un acierto, que se emita sin publicidad es un acierto y la serie, en general, es un acierto. Que tiene que seguirse afianzando, sí, pero un acierto.