No dejar de jugar

Una idea que se me vino el otro día a la cabeza es que no termino de entender por qué, llegados a una edad, dejamos de tener juguetes. Hay ciertas cosas que hoy son más o menos socialmente aceptables, como ciertos videojuegos, pero a nadie se le ocurre comprarse un juguete, ni regalárselo a alguien que no sea un niño. Porque los juguetes «son de niños».

Os prometo que las pasadas navidades, ojeando un catálogo de juguetes, vi uno que me llamó la atención. Es el de la foto, un Gravitrax. Todo lo que son bolas cayendo y moviéndose por raíles, conductos o dentro de bombos me ha llamado la atención desde niño; desde el Screwball Scramble (no recuerdo cómo se llamaba en español) hasta cualquier juego de pinball, pasando por levantarme el 22 de diciembre por la mañana para ver cómo cargan los bombos de la Lotería de Navidad.

Esta nota de kottke.org me ha recordado algo parecido: ¿por qué perder las aficiones que tenías de niño? Cuando crecíamos nos gustaba leer, hacer deporte, pintar… Yo que sé. Pero creo que muchas veces llegamos a la adolescencia y empezamos a querer crecer, y creo que por el camino dejamos atrás lo que nos gustaba de niños. Pero no nos deja de gustar en realidad, solo lo ocultamos o incluso lo reprimimos. Qué pena, ¿no?

¿Por qué dejamos de jugar? ¿Por qué el hacernos adultos implica dejar ir estas cosas, sobre todo si nos siguen gustando? Por supuesto que cuanto más tiempo pasa más nos conocemos y más descubrimos cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan tanto, y acabamos cambiando. Es inevitable, va con el proceso de madurar (otra palabra que tiene una carga bárbara) y es incluso bonito a su manera. ¿Pero eso significa que todo lo que nos gustaba de niños tiene que desaparecer con el paso del tiempo? Sinceramente creo que no. Si de niño te gustaba dibujar, a lo mejor de mayor te sigue gustando dibujar.

A mí me siguen gustando las cosas con bolitas que ruedan, y eso no creo que cambie. Ni quiero que cambie, la verdad.

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