Soy adepto al «sin gasolina, la máquina no funciona». La cafeína me ha acompañado durante todos los años de carrera y me sigue acompañando ahora que vivo de lo que he estudiado. Y, pese a lo que la frase pueda sugerir, cuando hablo de gasolina hablo de café.
El café es un momento de repostaje (por seguir con el símil), de parar a descansar y a recargar las pilas para seguir corriendo durante lo que queda de día. A veces hace falta parar varias veces. Pero con el café no soy amigo del cuanto más, mejor cuando hablamos de café.
Si pido un café con leche no espero que sea un café con leche de 355 mililitros. No estoy acostumbrado y no me gusta tomarme un café de 355 mililitros con una calidad, además, algo distinta a la que sinceramente espero.
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